26 diciembre 2005

Dulce navidad...

Feliz navidad... Acabo de llegar de León, De pasar los días navideños con mi familia, y tengo muy poco tiempo antes de volver a trabajar mañana... Me gusta la Navidad. No lo puedo evitar, aunque objetivamente es una época del año en la que se agolpan fechas de malos recuerdos, de gente que falta, de gente que querrías que estuvieran y no están. Pero en el fondo me gusta mucho. Aunque se haya convertido mayormente en un marathon consumista, y en el "agosto" de los negocios que nos venden lo superfluo.... es un puntazo regalar, y todos caemos: yo caigo. Me gusta la visita de los Reyes Magos, en los que creo firmemente. Me gusta la socialización que propugna la Navidad, eso de verse y compartir tiempo con gente que no nos acompaña durante el año, brindar, comer, hablar con ellos, estrechar lazos que no siempre se quedan en nada... (Muchas veces, lazos que estrechamos en Navidad perduran luego y se afianzan durante el año) La navidad me mola.

Al principio no... Me refiero a mediados de Noviembre, cuando se empieza a ver que va llegando. Sólo se vé lo malo. Es demasiado pronto para socializar, para brindar, para felicitar, para regalar... sólo se aprecia lo malo: los negocios van preparando su momento, y objetivamente es una mierda. :-D Empiezan a verse anuncios navideños, empieza el tufo navideño, lo peor...

Pero Luego, en Diciembre la cosa cambia. La gente se muestra más feliz (igual es una pose, pero anima, joer.) y la Navidad empieza a mostrar su mejor cara, mientras van llegando los días potentes.

Y los "días potentes" en mi caso empezaron el jueves.... :-) Llegó el mejor día del año, laboralmente hablando. No creo que haya nada mejor a cambio de un sueldo: repartir las cestas navideñas que ofrece la empresa a los empleados. No siempre se puede hacer así, pero a mi me gusta entregarlas una por una, en mano, y felicitar las fiestas. Te queda el cuerpo de puta madre. :-) Aunque el día objetivamente sea chungo, ya que el mundo no se para para que Ramón reparta las cestas, sino que sigue y sigue. Y la carga de trabajo agobia. Pero ése día tengo las pilas puestas y no se me quita la alegría de la navidad, ni el ánimo de estar haciendo en la empresa lo más satisfactorio que se puede hacer en una empresa. Ese día la energía me desborda, y cuando entrego la última me queda un enorme optimismo "navideño" :-)

El viernes fué reunión anual navideña de la empresa (la cena, vamos.... :-D) a la cual, (y no como el año pasado) ésta vez no llegamos tarde. Digo "llegamos" en plural porque unos cuantos quedamos antes de la hora oficial para tomar algo y vernos antes (como supongo que haría casi todo el mundo). El caso es que llegamos a tiempo al restaurante Bellavista. La noche terminó "para mí" a ésto de las 6 y media de la mañana en algún lugar del fomento. Tuve que irme antes de lo preferíble, ya que una vez más, me esperaban compromisos ineludibles con la familia a la mañana siguiente (bien prontito, y que incluían conducir La Bestia Bella), ya la mañana de nochebuena.

Lo ocurrido tras la cena en la noche fué una típica "noche joven", en la cual salimos por varios locales de Gijón a bailar, con la diferencia de que evidentemente éramos todos compañeros de trabajo, que no solemos salir de marcha juntos. Gente con una vida personal "llena" de cosas que habitualmente desconocemos, aunque en realidad pasemos muchas horas al año con ellos. Con la vorágine laboral diaria, les vemos y quizá les saludemos y crucemos unas palabras, pero no más. De hecho, durante la velada, algunos compañeros se conocieron por primera vez "literalmente", llevando ya varios años en la empresa. Eso bien mirado, es triste. Y es lo que en parte soluciona la cena de empresa.

Por eso me encanta el día de la cena: porque realmente creo que en KLK lo que merece la pena es la calidad humana de la gente, que (en mi caso al menos) hace que trabaje a gusto, cómodo y con la sensación de estar bien rodeado. Me encantan mis compañeros, los que día a día trato en el transcurso del trabajo y los que simplemente veo y saludo de vez en cuando. Por eso me encanta que una noche haya posibilidad de tratarlos, brindar con ellos, conocerlos un poco más y todo eso. Todos los años me queda un inmejorable sabor de boca: y la sensación de que realmente son tan buena gente como parece. Soy muy afortunado. Incluso molan mis Jefes, joer...

Sobre la cena en sí, poco hay que decir: un puntazo de la jefatura, (Muchas gracias) y aunque ya el año anterior lo fué igualmente, hay que decir que éste año el evento resultó "técnicamente" mejor. El sitio era más elegante, y la cena más sabrosa y adecuada. En general, al gusto de más gente. Aunque para mí eso es lo de menos... Comimos bien, en un sitio elegante y con un servicio esmerado y correcto, pero lo importante es que nos reunimos todos en torno a un acto social que salió muy bien. Yo lo pasé muy bien en mi mesa durante la cena, en los corrillos anteriores, y en la sobremesa, donde me quedo (entre otras muchas cosas) con la frase del señor Garriz: "Ramón, el rey de la Materia Prima". :-D El príncipe, corregí yo. :-p

Tras la cena, de marcha por Gijón. Recuerdo muchas cosas, pero diré que me quedé "pillado" recordando el Idus de Marzo (No, no fuimos allí, pero salió el garito en la conversación) y se me fué la cabeza a recordar mis primeras andanzas nocturnas, que tuvieron ése mítico garito gijonés como decorado. Recuerdo que por aquél entonces, la pandi nos preguntábamos qué carajo tenía ese sitio para tenernos allí horas y horas todas las noches, cuando la música en realidad nos gustaba a 4, (estilo "Morbo": variedad, sonido español, poco dance o nada, y alguna horterada suelta) y las copas tiraban a "caras"...

Yo siempre pensé que era el ambiente que se reunía allí, que era selecto hasta el punto que nosotros eramos "de lo peor"... :-D Se encontraban chicas con mucha clase. Al parecer, eso no ha cambiado... :-)

Muy a mi pesar, antes del fin de fiesta tuve que rendirme al reloj, y a riesgo de ser considerado un carca "mayor", estando muy agustito y en muy buena compañía, tuve que irme. A las 12 tenía que ponerme a los mandos de La Bestia Bella y llevar a toda la familia a Valencia de Don Juan, un viajecito de unas dos horitas en un día muy señalado. No podía jugar con eso.

Me levanté algo justo, me preparé y me dí caña con un café poderoso. No había secuelas de la noche, sólo un acusado cansancio, de toda la semana. Nada grave. Cargamos el coche y pusimos rumbo a León. Dejaba atrás (una vez más) la salida de la autopista hacia Babia, cuando curiosamente sonaba Coti en el loro. Concretamente Julieta Venegas con Coti, y conmigo canturreando entre dientes eso de "tu nombre"... :-D Tiene narices, la cosa. Mi memoria andaba fresca, mi mente ágil y mientras me adentraba en el Páramo, pensaba en la curiosa conexión. A pesar de estar muy a menudo "en Babia", en realidad siempre que llego a esa desviación sigo de frente. En verdad nunca he estado en Babia: a lo sumo he pasado por ella. Pasado de largo. Dos veces, creo recordar.

19 diciembre 2005

Lo tenemos, prueba...

El mundo es un pañuelo... y termina conectando todo de tal manera que parece magia. Dos casos evidentes lo ponen de manifiesto, aunque uno de ellos no es tan aleatorio así que no vale tanto. El otro si. Totalmente aleatorio, conecta de forma increíble dos mundos muy diferentes. Parece magia.

Para ponerse en antecedentes, todo parte del verano. Así que resulta conveniente leer lo que escribí aún allí, en mi pueblo, en la última semana de mis vacaciones. Hablaba de que ya se acababa, y trazaba lineas maestras de lo que fué uno de los mejores veranos entre los últimos que he vivido. Es bueno leerlo. Para ir aterrizando, partamos de la frase:

que me dejó a la Bestia Bella inundada de chocolate

Concretamente lo hizo descargando a saco su pulverizador de colonia sobre el diablillo de peluche que me acompaña desde hace varios años, cargadito a tope de valor sentimental. "para que te acuerdes de mi", espetó. :-D Inmediatamente decido tomarle el pelo, y escenifico una escena como si lo que acaba de hacer (profanar el diablillo con su colonia) tuviera visos de pecado mortal.... :-D Ella, pensando que el diablillo tendría ya un olor "recordable" que había profanado, cae en la trampa y se queda toda pillada, arrepentida y eso. Me pide perdón, yo la disculpo y nos reímos de la intensidad con la que se toma las cosas... :-D

El caso es que con la movida, el diablillo quedó repleto de olor a chocolate. Y el olor inundaba a La Bestia Bella hasta el punto de que tuve que suprimir el ambientador para evitar que se mezclaran lastimosamente los olores. Una vez hecho, comprobé que el olor a chocolate en la Bestia Bella molaba un huevo. Suave, delicado y único. Lamentablemente ahora ya casi no se nota, pero bueno. Se nota todavía mucho en el diablillo. :-)

Aún en León de vacaciones, se acercaba su cumpleaños y se me ocurrió intentar encontrar ese olor. Pregunté en perfumerías que me encontraba por un perfume o colonia que oliese a chocolate. Suponía que sería preguntar y obtener respuesta afirmativa, pero se vé que no... No hay colonias ni perfumes que huelan a chocolate, me decían las dependientas. Incluso en la calle Ancha de León, en un "supermercado del perfume" se me dijo que eso no existía. Que a lo sumo tenía sales de baño, y Gel. Lo que empezó de forma trivial se convirtió en algo personal... ¿coooooomo que no existe? Si mi coche huele a ello, oye. Tenía que encontrarlo. Existía y yo daría con él. No era una búsqueda sistemática, claro, pero perfumería que me topaba, entraba y preguntaba. El mito del chocolate se agigantaba. No existía eso, me decían, una y otra vez. :-D

Me voy a Madrid de Boda, (leerlo, creo que mola....) y con la cosa pregunto en otros dos sitios, obteniendo la misma respuesta. No busques, que no hay. No existe... Llego a Gijón y en mis compras esporádicas (que suelen ser en gran superficie) sondeo las perfumerías, hasta que ya en la última opción casi, ocurre el milagro. Una guapisima morena me dá por fin la buena noticia: "Lo tenemos, prueba". Acto seguido impregna una cartulinita verde, con un perfume en tarro azul muy elegante, en forma de estrella. Aspiro, y efectivamente: ¡¡¡¡huele a chocolate!!!! me cuenta que es un diseño recargable, que es de gran calidad, y bla bla... y me dice que su precio son 78 Euros. Le agradezco su atención y declino comprar: se me hace algo carillo y además, evidentemente sólo pretendía comprobar que existe, y dónde y cómo puedo encontrarlo.

Me quedo con la cartulina y la dejo en la Bestia Bella, comprobando al día siguiente que el perfume es potente. La bestia Bella de nuevo se había impregnado, aunque me resultaba evidente que no era el mismo perfume. Es otro, que huele a chocolate, pero distinto. Y ahí se queda la cosa. Prueba conseguida: Existe.

Por otro lado y sin tener nada que ver con lo anterior, me aficiono al fútbol Femenino, y empiezo a asistir a todos los partidos del primer filial del Gijón Fútbol Femenino, Club por cierto de Superliga Femenina (élite nacional). El filial, el B, milita en Regional Asturiana. Los motivos de que me aficione al B y no al primer equipo, en la élite nacional, exceden los objetivos de éste texto. :-) Lo contaré, pero otro día. :-D

Pues resulta que un día en un partido fuera de casa, en el descanso, una jugadora se tiene que ir porque trabaja. En el Corte Inglés, me dicen. Y al poco tiempo voy a ver "puntualmente" un partido del primer equipo, el que jugaron contra el barcelona. Digo puntualmemte porque mi equipo es el B. El caso es que un día voy y en la grada están muchas de las jugadoras del filial, entre ellas la que trabaja el Corte Ingles. Las chicas cambian mucho vestidas de corto: cuando la ví en la grada, me sonó su cara y no supe de qué, pero me quedó el runrun.... Este sábado volví a verla en la grada, ya que no podía jugar porque entraba a trabajar de nuevo. De repente até cabos. Un flash mortal me recorrió, y lo comprobé. ¡Claro, coño, el Corte Ingles!

Carla, la portera del filial del Gijón Fútbol Femenino, es la morena guapísima que me dió la buena noticia de la existencia del perfume que "no existía". Y viceversa, "la única dependienta en el mundo" que tiene para mí un perfume que huele a chocolate, es la portera del Gijón Fútbol Femenino B, equipo (casi casi único equipo) del que soy aficionado. Y mira que hay equipos. Y mira que hay dependientas precisamente en su tienda. Unas cuantas. Pues si, fué ella la que me atendió, y tras una leve duda (el perfume no es de chocolate: el perfume lleva chocolate) me dió la buena noticia de que mi búsqueda se había terminado. "Lo tenemos, prueba". Toma ya.

Hay una conexión mágica en el universo, el mundo es un pañuelo y todos los tópicos del mundo juntos, pero el caso es acojonante. ¿que no? :-)

13 diciembre 2005

El arte de ser satélite...

... notarlo, asumirlo, entenderlo y llevarlo con elegancia. Todos somos satélites. Todos son satélites. Nadie es universalmente el centro de todas las órbitas. Por muy grande que sea tu carisma, por muy amplia y poderosa que sea tu vida social, por muy querido que seas. También tú, ser imposible-insuperable que aúna toda perfección, eres satélite.

Evidentemente éste texto de hoy prueba que aquí realmente despliego mis paranoias. Esto es un desvarío, un fruto de mi cabeza loca e inquieta. Algo demagógico, insustancial, leve y sólo mío.

No creo que sea necesario en éste caso definir de lo que estoy hablando, pero me puede la vena narradora.... ¿Qué es un satélite? Un satélite es aquél que está al lado de la gente que nos importa. Aquél que aceptamos en nuestro entorno y a nuestro lado, como "peaje" a pagar, por ser "cercano" a nuestros cercanos. No me explico bien.... No es alguien malo. No es alquien que nos tenga por qué caer mal. Muchas veces nos cae bien... Simplemente está ahí en nuestra vida, porque pertenece a la vida de quien nos importa y queremos a nuestro lado.

En realidad la sociedad se teje en torno a los satélites. Cada persona tiene a varios "seres importantes" en su cercanía, y cada uno de ellos tiene a su vez su propio círculo de gente querida, que inevitablemente y por cercanía pasan a ser satélites del anterior. Y así hasta el infinito en teoría, porque en la práctica los círculos no se expanden tanto.

Y es que, realmente, aunque no nos estorben, no nos molesten, incluso nos gusten o nos resulten graciosos o interesantes, si se van no pasa nada. Y a la vez, no es cierto que sean tan prescindibles... :-D La naturaleza humana es tan increíble, que hace que muchas veces no forcemos su marcha y los satélites se cuelan en nuestra vida y la hacen más rica y valiosa. Los satélites son importantísimos, por muchas razones. Muchas veces permiten conocer facetas de nuestros seres queridos que no podríamos ni imaginar sin la presencia de esos satélites.

Además no se puede centrar una vida social únicamente en las personas que realmente queremos, porque son pocas, duran mucho y no nos permitirían conocer "otras vidas". Es evidente que aunque nosotros no lo apreciemos porque en un principio nos fijamos en la portada, cada persona es una obra magna, con indiscutibles valores. Así, muchas veces quien empezó siendo un satélite va ganando peso en nuestra vida y se va ganando la condición de EX-satélite. Se me ocurren varios casos recientes.

Además siempre que entramos en un nuevo entorno lo hacemos inexcusablemente en condición de satélites para todo el mundo menos para uno o dos... Pero el gran valor de los satélites, o del hecho de ser uno de ellos, no debe distraernos de su naturaleza "secundaria". No debemos creernos antes de tiempo que ya no somos satélites. No debemos forzar amistades que no lo son, al menos aún, sino meras "relaciones cordiales con satélite", que pueden ser cordiales o incluso más, pero ya está.

Las relaciones sociales (la vida social) se van generando sin excesivos cálculos ni comeduras de tarro. Pero en realidad los satélites que nos rodean captan nuestra atención y nuestra curiosidad como personas, porque sabemos que probablemente sean importantes para nuestra gente querida, y eso tiene que ser bueno. Si a quien yo quiero tú le molas, eso es que tú molas, y yo no debería olvidarme de ello, aunque seas un pedorro y no te aguante así, de momento. Sin verbalizarlo e incluso sin pensarlo, nuestro subconsciente nos llama a no alejarnos en exceso de nuestros satélites, y a intentar pillarles el truco, y no fiarse de su portada.

Que triste es la vida, y a la vez que chispeante, cuando nos dá por comernos la cabeza con éstas cosas. No me gusta ser satélite, pero en realidad si.

03 diciembre 2005

Elite.Yo quiero escribir así...

Esto es sólo un ejemplo, pero tiene tela...

El 14 de noviembre de 1995 maté sin querer a la hija mayor de mi hermana, haciendo marchatrás con el coche. Entre el impacto seco, los gritos de pánico de mi familia y el descubrimiento de que en realidad había chocado contra un tronco, ocurrieron los diez segundos más intensos de mi vida. Diez segundos durante los que me agarré al tiempo y supe que todo futuro posible sería un infierno interminable.

Yo vivía en Buenos Aires y había viajado a Mercedes para festejar el cumpleaños número ochenta de mi abuela paterna (por eso recuerdo la fecha exacta: porque en unos días mi abuela cumplirá noventa, porque en unos días se cumplirán diez años de esto que ahora narro y que me marcó como ninguna otra cosa, ni buena ni mala, en la vida).

Festejábamos el aniversario de mi abuela con un asado en la quinta; ya estábamos en la sobremesa familiar. A las tres de la tarde le pido prestado el auto a Roberto para ir hasta el diario a entregar un reportaje. Me subo al coche, vigilo por el espejo retrovisor que no haya chicos rondando y hago marchatrás para encarar la tranquera y salir a la calle. Entonces siento el golpe, seco contra la parte de atrás del auto, y se detiene el mundo para siempre.

A cuarenta metros, en la mesa donde todos conversan, mi hermana se levanta aterrada y grita el nombre de su hija. Mi madre, o mi abuela, alguien, también grita:

—¡La agarró!

Entonces me doy cuenta de que mi vida, tal y como estaba transcurriendo, había llegado al final. Mi vida ya no era. Lo supe inmediatamente. Supe que mi sobrina, de tres años, estaba detrás del auto; supe que, a causa de su altura, yo no habría podido verla por el espejo antes de hacer marchatrás; supe, por fin, que efectivamente acababa de matarla.

Diez segundos es lo que tardan todos en correr desde la mesa hasta el auto. Los veo levantarse, con el gesto desencajado, veo un vaso de vino interminable cayendo al suelo. Los veo a ellos, de frente, venir hasta mí. Yo no hago nada; ni me bajo del coche, ni miro a nadie: no tengo ojos que dedicarle al mundo real, porque ya ha empezado mi viaje fatal en el tiempo, mi larguísimo viaje que en la superficie duraría diez segundos pero que, dentro mío, se convertirá en una eternidad pegajosa.

En ese momento (no sé por qué es tan grande la certeza) no tengo dudas sobre lo que acabo de hacer. No pienso en la posibilidad de que sea un tronco lo que he embestido, ni pienso que mi sobrina está durmiendo la siesta dentro de la casa. Lo veo todo tan claro, tan real, que solamente me queda pensar por última vez en mí antes de dejarme matar.

“Ojalá el Negro me mate” —pienso—, “ojalá sea tan grande su enajenación de padre salvaje, tan grande su rabia, que me pegue hasta matarme y no me dé la opción de tener que suicidarme yo mismo, esta noche, con mis propias manos, porque soy cobarde y no podría hacerlo, porque cometería la peor de todas las bajezas: me iría a Finlandia”. Utilizo esos diez segundos, los últimos de calma que tendré en toda mi vida, para pensar en quien ya no seré nunca más.

Tenía casi veinticinco años, estaba escribiendo una novela larguísima y placentera, vivía en una casa preciosa del barrio de Villa Urquiza, con una mesa de pinpón en la terraza y toda la vida por delante, trabajaba en una revista donde me pagaban muy bien, tenía una vida social intensa, era feliz, y entonces mato a mi ahijada de tres años y se apagan todas las luces de todas las habitaciones de todas las casas en las que podría haber sido feliz en el futuro. Lo pienso de ese modo, desapasionadamente, porque ya no tengo ni cuerpo con el que temblar.

En esos diez segundos, en donde el tiempo real se ha roto literalmente, en donde el cerebro trabaja durante horas para instalarse en un recipiente de diez segundos, descubro con nitidez que mis únicas opciones —si mi cuñado no me hace el favor de matarme allí mismo— son las de huir (huir de inmediato, sobornar a alguien y escapar del país) o suicidarme. Lo que más me duele, tal como están las cosas, es que no podré volver a escribir literatura, ni a reír.

Durante mucho tiempo, durante años enteros, me siguió sorprendiendo la frialdad con que asumí la catástrofe en esos diez segundos en que había matado a mi sobrina. No fue exactamente frialdad, sino algo peor: fue un desdoblamiento del alma, una objetividad inhumana. Me dolía saber que ya no podría escribir, que en el suicidio o en la huida —aún no había optado con qué quedarme— no existiría esa opción: la de los placeres.

Podía irme a Finlandia, sí, a cualquier país lejano y frío, podía no llamar nunca más a mi familia ni a los amigos, podía convertirme en fiambrero en un supermercado de Hämeenlinna, pero ya no podría volver a escribir, ni amar a una mujer, ni pescar. Me daría vergüenza la felicidad, me daría vergüenza el olvido y la distracción. La culpa estaría allí involuntariamente, pero cuando comenzara la falsa calma o el olvido momentáneo, yo mismo regresaría a la culpa para seguir sufriendo. La vida había terminado. Yo debía desaparecer.

Pero si desaparecía, qué. Qué importancia podía tener darles a ellos la serenidad de no ver nunca más al asesino. Ellos, mi familia, los que ahora corrían lentamente desde la mesa al coche para matarme o para ver el cadáver de un niño, podrían creerme exiliado, lleno de dolor y de miedo, temeroso y ruin, o agorafóbico; o podrían sospecharme loco, como esas personas que pierden el rumbo y la memoria después de los terremotos; alucinado, mendigo, enfermo; podrían hasta perdonarme pues me creerían fuera de toda felicidad, fuera de todo placer. Matarían a quien blasfemara mi memoria diciendo que se me ha visto reír en una ciudad finlandesa, a quien dijera que se me ha visto beber en un bar de putas, o escribir un cuento, ganar dinero, seducir a una mujer, acariciar un gato, pescar bogas o dar limosna a un marroquí en el metro. No creerían que alguien (ya no yo en particular, sino que nadie) fuese capaz de semejante flaqueza, de tan penoso olvido, de matar y no llorar, de escapar y no seguir pensando en la tarde de verano en que una niña de tu sangre ha muerto bajo las ruedas del coche.

Diez segundos eternos hasta que alguien ve el tronco y todos olvidan la situación.

Nadie, ninguna de todas las personas que almorzaban aquella tarde de hace diez años en Mercedes, recuerda ahora esta anécdota. Nadie ha tenido pesadillas con estas imágenes: sólo yo me he despertado transpirado durante años enteros, cuando esos diez segundos regresan por la noche sin el final feliz del tronco; para ellos no ocurrió más que la abolladura de un guardabarros al final de la primavera.

Nada malo pasó aquella tarde, ni nada malo ocurrió, antes o después, en mi vida. Han pasado diez años desde entonces y todo ha sido un remanso en el que nunca lo irreversible se ha metido conmigo. ¿Por qué entonces, en estos días, siento que he cumplido sólo diez, y no treinta y cinco años? ¿Por qué le doy más importancia a esta fecha en que no maté a nadie, que a aquella otra fecha anterior en que salí de mi madre dando un grito eufórico de vida? ¿Por qué algunas noches me despierto y descubro que me falta el aire, y recuerdo como real el frío de una cabaña en Finlandia, y me encuentro con las hilachas de la angustia y el exilio, y me ahoga la cobardía de no haber tenido la voluntad de suicidarme?

Es la fragilidad de la paz la que nos devuelve al escalofrío y a la incertidumbre. Es la velocidad infernal de la desgracia, que acecha como un águila en la noche, la que sigue allí escondida para quitarnos todo y dejarnos aferrados a un volante y pensando que la única opción es morir solos en Finlandia, con los ojos secos de no llorar.

Por suerte, casi siempre es un tronco y vivimos en paz. Pero todos sabemos, por debajo de la risa y del amor y del sexo y de las noches con amigos y de los libros y los discos, que no siempre es un tronco. A veces es Finlandia.


Como era fácil imaginar, esta maravilla no es obra mía. Esto es sólo un ejemplo de post, entre otros muchos... es sólo uno de los últimos creados por Hernan Casciari, en su blog personal "orsai". gracias a genios como él, no abandono la práctica del blog. Porque imagino que, con el tiempo y la práctica, quizá consiga poder expresarme con ésa calidad. Hernan, (que me cae mal, no lo puedo evitar y no sé realmente por qué) me parece el mejor blogger que hay en el mundo hispanohablante. Y aunque tiene varios blogs, yo creo que donde más creo que se puede disfrutar, es en Orsai. Es un blog indispensable, porque es el suyo, el personal. Realmente el único de los que tiene que se ajusta a lo que para el mundo es un blog: un sitio donde regularmente, Hernan cuenta "sus" milongas.

02 diciembre 2005

Hazte un blog, II. ¿Ponemos fotos?

Este texto es continuación de éste. Un blog es básicamente texto. pero también los hay que son colecciones de fotos. Se llaman fotoblogs y están muy extendidos, sin duda porque es más fácil publicar una foto de vez en cuando que publicar un post basado en texto.

A mi los fotoblogs no me gustan mucho, aunque tengo que decir que tengo uno... :-D por supuesto, no diré aquí su dirección. En realidad lo uso poco, y básicamente para poner fotos en internet de forma que puedan aparecer aquí en mi blog.

Habrá quien piense que no, pero yo creo que una cuenta flickr, es un fotoblog. Bueno, es mucho más, ya que flickr incorpora un poderío y unas opciones increíbles para manejar imágenes, y se ha convertido en un standard de internet, y en el mejor almacén "libre" de fotos que hay.

Flickr en sí es un universo tan grande que se escapa de lo que estoy queriendo decir. Pero también es un fotoblog, y como tal no me gusta.

Las imágenes van bien como acompañamiento secundario a los posts. Muchas veces ilustran los posts, y otras simplemente dejan ver de lo que se habla, etc... Si bien yo creo que un blog se compone de textos, es conveniente saber incorporarle imágenes. Veamos como:

Yo defiendo un sistema de "doble imagen", que permita ver la imagen en un tamaño que no resalte de la lectura del post, y a la vez permita ver la foto con un mayor tamaño. Para apreciar sus detalles, para ponerla de fondo, para lo que sea. Para ello lo mejor es que la imagen en pequeño, que se vé en el post directamente, sea a la vez un enlace que al pulsarlo permita ver la foto más grande. Eso implica tener dos versiones de la imagen, lo cual es sencillo como veremos.

Una vez tengamos la foto elegida, si sabemos y podemos, es bueno retocarle el tamaño o la forma. Si bien en fotos normales lo adecuado es el formato apaisado u horizontal, para poner en los posts del blog es preferible el formato vertical. Otro detalle es que para ver en pantalla, es preferible aumentar ligeramente el contraste y reducir el brillo, aunque ésto mayormente son gustos. La cuestión es hacerse con un archivo de imagen listo para poder ser colgado en internet.

Una vez lo tengamos en el ordenador, abrimos una ventana de navegador y visitamos
imageshack.us. Su uso es trivial: ésta página simplemente nos permite subir fotos varias a internet, facilitándonos una direccion permanente para cada una. Se puede probar cómo poniendo esa dirección en el navegador, vemos la foto. Además, tiene la ventaja de que automáticamente permite redimensionar la foto, lo cual es útil para crear la versión "pequeña" y directamente mostrable en el post.

En la ventana de edición de blogger, nos ponemos justo antes del texto donde queremos que se intercale la imagen (si queremos que se intercale al principio, nos pondremos antes de la primera linea. No dejamos salto de linea, ni espacio ni nada. Justo antes)

Lo adecuado es siempre ponerla antes del inicio de un párrafo. De ésta forma, dicho párrafo fluirá por el lateral de la foto, de forma elegante. En ése punto, pegaremos el código de la imagen, que puedes descargar aquí. En éste código verás "URL IMAGEN PEQUEÑA" y "URL IMAGEN GRANDE", textos que deberás sustituir por las direcciones reales de cada foto, que se obtienen al subirlas a internet mediante imageshack, como veremos ahora.

Vamos al grano: en la ventana de imageshack.us subimos la foto deseada, cuya dirección (de las que ofrece, la que llama "Direct link to image") la pondremos en "URL IMAGEN GRANDE", y a continuacion la volvemos a subir, pero ésta vez redimensionandola pequeña, de forma que su anchura no supere los 250 Pixeles.

Su dirección la apuntaremos como "URL IMAGEN PEQUEÑA". Si queremos alinear a la derecha, el código de la foto deberá poner "class=alignright", y si queremos que alinée a la izquierda, "class=alignleft". No aconsejo un centrado. Si la foto ocupa todo el ancho, alinéala a la izquierda.

Y ya está. Publicando el post, deberá verse la imagen pequeña alineada donde y como queríamos, y permitiendo al pulsar sobre ella, ver la versión grande. Aunque parezca complicadillo, en realidad es sencillo. Entrena subiendo dos o tres fotos, y verás que resulta facilisimo. Y el resultado es impecable.